domingo, 25 de enero de 2015

Criticar el olvido.

Ya no recuerdan que el frío quema, y que la luz aguarda oscuridad. No recuerdan que quien sonríe es porque antes lloró, ni que quien ahora desconfía es porque un día amó. 
Critican a aquella que sus labios de rojo pintó cuando sus ojos de tener ese color dejaron. Critican a aquel que un día decidió besar por todos aquellos besos que nunca recibió. Critican a aquellos que hacen promesas de odio cuando les mintieron con promesas de amor. Critican a aquellos que hablan cuando hartos ya estaban de callar.  
Pero ellos decidieron ya no más escuchar. Decidieron sacar su barras rojas de labios. Decidieron sonreír a todos los labios que querían morder. Prometieron todas las batallas y muertes que sintieron. Decidieron decir hasta el último de sus pensamientos a todos los que no quisieron escucharlos. Recordaron que unos y otros no deben bailar al mismo compás y que, en esta historia, quien más vive, es el que gana. 

domingo, 7 de diciembre de 2014

18 vidas.

“ …
La lluvia no dejaba de caer, era como si el cielo llorara.
- Sólo dime por qué, Dani. 
- No puedo, Sara. Tengo que irme.
- Por favor, quédate. Me lo prometiste.
- Adiós, lo siento.
…”

06.30 de la mañana, el despertador  no hacía más sonar. Las pesadillas habían vuelto, y con ellas aquel recuerdo que le perseguía desde aquella fatal noche hace ya dieciocho meses. “Una hora normal si quieres aprovechar todas las horas de Sol que hay aquí”, le dijeron tras la notificación de su traslado al norte de Toronto. 
Se levantó de la cama, no sin antes secarse esa lagrimilla que corría por su mejilla cada mañana. Removió las pocas ascuas que quedaban en la chimenea y puso unos pocos troncos más. Se acercó a la ventana y contempló el amanecer, uno más de tantos que había visto ya desde esa ventana. En la oficina le dijeron que sólo sería un par de meses, pero ese par de meses ya iba por su tercer semestre.  “¿Qué más da ya? Se fue. Admítelo Sara, se ha ido de tu lado, y no va a volver.” Desayunó, se vistió, se colgó su ópalo azulado y se marchó, no sin antes darle una baya a su pequeña hámster, Miny.
Era martes. Familia Griffind y los Thomks. Los primeros aun eran pasables y tratables, pero mejor ni hablar de los segundos. Además de ser unos drogadictos, sus hijos le lanzaban los juguetes en cuanto se giraba, y ya estaba harta de encontrarse cardenales por toda su espalda. Pero era su trabajo, era lo que le tocaba aguantar. Sara había acabado la carrera hace cuatro años y aun sentía el hormigueo del primer día en la agencia social. 
Pero el hormigueo que comenzó a sentir en cuanto salió de casa no era el que solía tener de diario. No, ese era diferente, algo iba a sucederle, algo fuera de su alcance y no podría evitarlo. Y de pronto, esa melodía, ese sonido. Se quedó quieta, temblando, y no por los veintisiete grados bajo cero que hacían esa mañana. “Sólo ha sido mi imaginación, no es real. No hay nadie cerca tocando la flauta. Deja de temblar estúpida, y sigue andando”. Pero no por ello dejó de mirar alrededor suyo, buscando el origen de aquel dulce sonido, de aquella melodía homicida. “Siempre nuestra”. Sacudió la cabeza, queriendo que todo aquello saliera fuera de su mente, pero de poco servía si comenzaba a recordar. Por fortuna, llegó a la oficina casi sin darse cuenta, allí estaría distraída.
- Sara, bien que hayas venido pronto, Mr. Diggle quiere hablar contigo.
- De acuerdo, gracias Beth.
El señor Diggle era su jefe de grupo en la oficina. Hace ya año y medio, le vio aparecer por primera vez en la oficina de su pequeño pueblo. Por entonces no era más que una simple becaria de postgrado, pero pareció importarle a la hora de ofrecerle un puesto en su equipo, en Toronto. Aquello estaba muy lejos pero, después de lo que le ocurrió la noche anterior a la oferta, lo que más necesitaba era marchar de allí, lo más posiblemente lejos. Y eso hizo.
- Buenos días Mr. Diggle, ¿quería hablar conmigo?
- Sí, sí. Entra y cierra la puerta – Sara obedeció y se sentó en aquella misma silla donde se había sentado tantas otras veces y que tan cómoda le parecía, pero esta vez algo le decía que no sería así. – Sara, hoy hacen dieciocho meses de tu llegada, y parecen que sean dieciocho vidas, ¿no te parece? Ninguna familia ha dado queja alguna sobre ti, y cuatro de ellas pidieron que adoptaras a sus hijos, aunque al final les hiciste ver que no te lo merecías, que ellos serían mejores padres que tú. Me sorprende que consiguieras hacerles cambiar de opinión.
- Bueno, para ello estudié y trabajo en Trabajo Social, para ayudar a los que lo necesitan y hacerles ver que todo tiene arreglo – “¿Todos, estás segura? Tú no tienes arreglo pequeña, por eso te quiero conmigo siempre”. Notó un pinchazo en su pecho al respirar, leve, pero no lo suficiente como para que pudiera ocultar su mueca de dolor.
- ¿Te encuentras bien? No tienes buena cara.
- Unas un par de noches con pesadillas, eso es todo. Pero estoy capacitada para mi tarea de hoy, no se preocupe Mr. Diggle.
- Hoy no va a hacer su tarea, señorita Sara, por eso le he hecho llamar. Hemos recibido un correo de nuestra sede francesa. Quieren realizar un congreso sobre los acuerdos sociales “Continente viejo y nuevo unidos”, y quieren que manden a mi mejor agente. Te he reservado una habitación en el hotel Beaugrenelle Tour Eiffel. No sé si lo conoces, está en…
- En el centro de París – “No por favor, esto no puede estar pasando”. – Mr. Diggle, le agradezco mucho su confianza, pero no puedo aceptar. Tengo que terminar los casos empezados y… y… - le faltaba el aire, la cabeza estaba a punto de estallarle al oír ese nombre, ese lugar.
- Tranquilícese Sara – Mr. Diggle le tendió un vaso. – Toma, beba un poco de agua. Va a ir a París y va a disfrutar de su estancia. Considérelo como unas pequeñas vacaciones, y como un regalo. Porque créame, volver a ver al Sol más de diez horas al día, es un regalo.
- Yo… Siento mucho haber reaccionado así. 
- No se preocupe. Y ahora, regrese a casa y haga las maletas. Un taxi irá a recogerla a las cuatro, y su avión sale a las siete de la tarde. Estará en París para comer.
París. Primero la flauta y ahora París. Volvía a casa, e iba mirando el billete de avión que llevaba en su mano cuando se fijó en un cartel de su calle que, si la memoria no jugaba con ella, era la primera vez que veía. “Always our”, “Siempre nuestra”.
“…
- Eh, no la guardes, sabes que me encanta escuchar cómo la tocas.
- Sara, son las tres de la mañana, los vecinos nos van a mandar al carajo.
- Pues al carajo con los vecinos. Me encanta la melodía que has compuesto. ¿Ya le has puesto nombre o qué?
- Puede, ¿quieres saberlo? Para qué lo pregunto. Mírate, si casi te estampas contra la puerta del baño por apagar la luz para venir corriendo a escucharla. Vale, no me pongas esa cara, te lo diré. Siempre nuestra.
- ¿Siempre nuestra? ¿Por qué?
- Porque sólo tú y yo la hemos escuchado, porque es nuestra. Nuestra canción, Siempre nuestra.
…”
Hizo su maleta más rápido de lo que pensaba aunque, como siempre, no le cerraba. Estaban en invierno, pero en París no haría tanto frío como allí, unos diez grados más como poco. 15:18. 
- ¿Y qué hago yo ahora contigo, Miny?
Su hámster la miraba esperando a ver si le daba otra baya, ignorante a todo lo que le rodeaba, ignorante de lo que le sucedía a su protectora. Sara la metió en la jaula y llamó a su compañera de oficina para que se la cuidara mientras estaba fuera. Beth tenía una hija pequeña, así que estaba más tranquila al saber que alguien jugaría con su pequeña mascota.
15.47. El taxi no tardaría mucho en llegar. Tenía la cabeza apoyada en la puerta, respirando y expirando, intentando que sus emociones siguieran bajo ese umbral de oscuridad en el que las había intentado mantener a raya, pero después de la noticia del viaje, del billete de avión, de la reserva del hotel, del cartel, la raya había empezado a difuminarse.
Mr. Diggle acertó. Llegó a París a las doce del mediodía, la hora punta de los bares y restaurantes de La ville de l'amour. Al llegar al hotel, le dieron la llave de su habitación y le ayudaron con la maleta. Habitación 712. Al ver el número, pidió, más que preguntó, si le podían cambiar de habitación, pero le contestaron que se encontraban todas reservadas u ocupadas por el congreso. Después de deshacer la maleta, se sentó en la cama y llamó a servicio de habitaciones para que le subieran la comida. Si no podía huir de aquella habitación, huiría de París. Quería salir lo menos posible, no quería recorrer las calles que ya recorrió con su mano entrelazada. Una vez hubo comido, pidió a recepción que le avisaran una hora antes del primer evento que tuviera ese día. 21:04, el teléfono comenzó a sonar. A las 22:04 tenía la primera charla, y se iba a celebrar en el Jardin Shakespeare. Seis de diciembre, en un jardín francés. Sara comenzó a reírse. “Y yo que pensaba que había dejado el frío en Toronto.”
Todos sabían de lo que hablaban cuando decían que París de noche era mucho más bella. Las calles quedaban alumbradas por los farolillos, y los parques por las llamas de los enamorados. Las estatuas se erguían poderosas, y los puentes que unían las orillas del río Sena emitían destellos por los candados y las llaves que se encontraban en sus aguas. Sara no quería mirar por la ventana, no quería recordar más. El taxi le dejó en la puerta del jardín a las 22:03, pero allí no había nada, ni nadie. Sólo se escuchaban los violines de los restaurantes, el tráfico, el murmullo de la gente que paseaba… Y una flauta. De nuevo esa melodía homicida que conocía de principio a fin. De nuevo esa espina que le pinchaba en el pecho al respirar. No sabía cuánto tiempo aguantaría así, notaba como todo caía sobre ella. Sara sentía como su cuerpo la abandonaba, como la dejaba indefensa ante la interperie de la noche, “al menos moriré en nuestra querida París.”
Y, entonces, lo imposible se convirtió en posible.
- Hola Sara – ella se giró, y vio a aquel que todas las noches veía en sus pesadillas.
- ¿Dani? – no recordaba en qué momento había empezado a llorar, su voz era apenas un susurro que se pudiera escuchar.
Sus piernas no aguantarían mucho más, parecía que en cualquier momento fueran a doblarse y a partirse. Pero él le sostuvo. Le cogió por el mismo sitio que siempre le cogía cuando le rodeaba por la cintura. Sara no dejaba de pensar que todo esto era una pesadilla, que acabaría y despertaría chillando o llorando en su cama, en Toronto. Pero no, estaba allí, en París, en aquel parque por el que un día ya caminó, en los brazos de aquel que un día amó.
“…
- No puedes quitarte aún la venda, sino se irá al traste la sorpresa – Dani le guio por unos pocos pasillos más hasta que se paró. – Vale, ya puedes quitártela.
- 712, siete y doce, siete de diciembre. Es la fecha de mi cumpleaños. ¡Me encanta! – Sara no tardó en abrazarle y besarle como si le fuera la vida en ellos.
- Tranquila pequeña, no quieras correr, que aún queda mucho día por delante y muchas sorpresas por descubrir.
Ni si quieran deshicieron sus maletas. Ni si quiera se quitaron los abrigos ni los guantes. Estaban en París, la ciudad de los jóvenes amantes, y no querían perder ni un momento que no fuera recorrer sus calles. Salieron del hotel Beaugrenelle Tour Eiffel y comenzaron su aventura. Se pasaron el día, la tarde y la noche caminando, corriendo, riendo, besándose. Poco después de las once de la noche, llegaron al Jardin Shakespeare, donde, al tocar las doce del siete de diciembre, Dani le dio su regalo de cumpleaños. Era un ópalo azul en forma de corazón.
- Te prometo que, mientras lo lleves puesto, me tendrás siempre a tu lado.
- ¿Siempre? – le preguntó ella rozando con sus dedos el colgante.
- Siempre, te lo prometo. Ahora cierra los ojos, escucha a París, a nuestra querida París.
…”
Sara abrió los ojos, pero no se movió. Estaba en la cama de su habitación, en el hotel. No recordaba haber llegado hasta allí, ni siquiera qué había pasado. Pero entonces él se sentó en su cama.
- Hola pequeña, ¿cómo te encuentras? 
- Esto no es posible, es un sueño, nada es real, yo… – Sara no podía articular palabra alguna, no encontraba su voz. 
- Sé que todo esto te está resultando duro, pero no, no es un sueño. Estoy aquí, de verdad – Dani fue a cogerle la mano, pero ella se la apartó sin pensárselo.
- Te fuiste, me dejaste allí tirada bajo la tormenta – Sara se levantó de la cama, lo que más deseaba era alejarse de él en ese instante.
- Tuve que hacerlo, estabas sufriendo por algo que me pertenecía a mí, tú no tenías que cargar también con esa carga. 
- Te advertí que ese negocio que tenías con esos malhechores no era de fiar. ¿Sufrir? ¿¡Cómo no iba a estar sufriendo si la policía te estaba investigando!? No dejaba de pensar que en cualquier momento te iban a detener, mas aún después de que te interrogaran. Un momento… me dijiste que todo había ido bien, ¿por qué…?
- ¿Por qué te mentí? No quería que todo el pueblo te conociera como la amante de un preso. Sí, después del interrogatorio el juez decretó cuatro meses de prisión para mí por tráfico de drogas, pero conseguí que me dieran un día para arreglarlo todo antes de ingresar – Dani no podía ocultar la vergüenza que sentía al contarle la verdad. – Sólo quería protegerte.
- ¿Por qué no me lo dijiste cuando saliste? – de nada valía ya ocultar las lágrimas que descendían por sus mejillas.
- Quise hacerlo, un millar de veces quise hacerlo. Pero no podía, me daba asco a mí mismo por no haberte escuchado, por haberte mentido, por haberte dejado así. Pero conforme se acercaba tu cumpleaños, tu 27 cumpleaños, no podía dejar que esto siguiera así. Siempre te brillaban los ojos cuando hablabas de lo que querías hacer con 27 años – sonrió, entre lágrimas, pero no podía evitar sonreír. Sara comenzó a acercarse a él casi sin darse cuenta. – Querías que fuera en París, querías correr por sus calles de nuevo y estar en el Jardin Shakespeare cuando el reloj diera las doce.
- ¿Tú organizaste esto, verdad? Llamaste a mi jefe y te hiciste pasar por alguno de alguna organización de los que están haciendo el congreso – Sara no podía creerse que de verdad hubiera hecho eso.
- Sí, y también fui yo quien reservó esta habitación, y quien te dijo que tu “primera charla” sería en ese parque. Aunque no todo empezó aquí… Fui hasta Toronto y puse la grabación de la canción que compuse con mi flauta.
- Dios, entonces no me lo imaginé. Si estabas allí, ¿por qué no viniste a verme? ¿Por qué no me contaste todo esto allí? – aunque quisiera aparentarlo, estaba cada vez menos enfadada.
- Porque no quería que me vieras allí, quería que fuera aquí, en París, el día de tu cumpleaños. Por cierto, casi se me olvida – Dani extrajo una pequeña bolsita que llevaba en su bolsillo. Se puso de rodillas y vació la bolsa en su mano. Dentro de ella, había un anillo. – Sé que nunca fui, ni soy, ni seré el amor que te mereces. Nunca quise causarte todo el daño que te causé, y por ello nunca podré decirte cuánto lo siento y me odio por ello. Pero de algo sí estoy seguro, y es que quiero pasar el resto de mi vida contigo. Sé que sólo podré querer a otra como te quiero a ti, y será aquella que me conozca por el nombre de papá. Sé que nunca nadie me querrá como tú lo haces, o lo hiciste, ya no lo sé. Sólo sé que te quiero, y que no hay día desde aquella tormenta en la que no haya dejado de pensar en ti y del error que cometí al dejar que te fueras.
Sara no podía creerse lo que estaba pasando. Tenía a Dani arrodillado frente a ella, pidiéndole que se casara con ella, pidiéndole perdón por haberle ocultado la verdad. Una parte de ella le decía que se fuera, que no cometiera el error de darle una segunda oportunidad después de lo que le hizo, pero entonces recordó. Recordó el día que se conocieron, recordó la primera vez que Dani le dijo “te quiero”. Recordó su primer beso, recordó su primera vez y las caricias de después. Recordó cuando le trajo a París por su 18 cumpleaños, recordó cómo sus ojos suplicaban que le perdonaba lo que estaba haciendo el día que la dejó. Notaba como el fuego recorría cada una de las partes de su cuerpo, como la respiración se le cortaba, como la cabeza le iba a explotar. Y, entonces, una palabra brotó de sus labios.
- Sí quiero – no supo cómo pudo decirlo, ni si quiera si lo pensó antes de decirlo, sólo sabía que lo había dicho, que no quería retirarlo, que quería pasar el resto de su vida con él. – Sí quiero, Dani.
Sara se arrodilló junto a él y empezó a besarle. Ninguno de los dos habían dejado de llorar, pero ahora ya no era por pena ni por dolor, era por felicidad, por amor. 
Sara nunca habría imaginado cuando fue a París que allí encontraría el final de su dolor, ni Dani se habría imaginado cuando salió de prisión que la chica con la que soñaba cada noche sería ahora su mujer. Sus hijos nunca sabrían cómo pasó todo, nunca sabrían qué había pasado bajo esa tormenta, ni qué había pasado en la habitación 712 un 7 de Diciembre. Nunca contarían esos amantes cómo fue su reencuentro porque, para ellos, sólo fue un “hasta ahora”, nunca un adiós.



martes, 2 de diciembre de 2014

Un suave Carpe Diem bajo la áspera realidad.

Para empezar esta lectura, me gustaría que pensaran en la pregunta que les voy a hacer, al final entenderán por qué: ¿No creen que algo no va bien? Quédense con la pregunta rondando por sus mentes y vayamos a lo que interesa. ¿Alguno de ustedes ha escuchado "Cuestión de Prioridades", de Melendi? Puede que algunos por el autor ya comiencen a pensar en cualquier barbaridad pero, les pediría amablemente que escucharan este trozo de la canción, la más bonita que ha escrito a mi padecer, que les voy a leer a continuación:
"Perdonen sus gobernantes esta mía ignorancia, no entiendo que en pleno año dos mil, a mil kilómetros de aquí, se estén muriendo de hambre. Se están muriendo de hambre y no les damos de comer, nos lo gastamos todo en tanques para podernos defender de qué, de quien. De vuestros putos ombligos mercenarios, arrogantes que se den por aludidos son los putos asesinos que los estáis matando de hambre".
¿Da de qué pensar, verdad? Desde que fue escrita esta estrofa hasta este día han pasado más de diez años y las cosas no han cambiado mucho, de hecho, parece que todo haya ido a peor. Enciendes el televisor, te pones a ver las noticias mientras comes o cenas y te entran ganas de dejarlo. Asesinatos, gente viviendo en la calle, paro y más paro, recortes, leyes que antes nos daban libertad siendo ahora prohibidas… malas noticias por el mundo entero, ¿y tú que haces mientras? Quedarte sentado en el sofá sin poder hacer nada. Aunque no es necesario encender la televisión para ver esas cosas. Sales a la calle y te las encuentras en primera persona: gente pidiendo dinero con cartones escritos de "por favor, necesito ayuda" con su fiel amigo durmiendo junto a ellos, personas buscando en la basura, niños arrastrando carros con chatarra… No sé ustedes, pero el ver esto hace que me nazca odio, odio hacia la gente que ha provocado todo esto y una gran impotencia por no poder hacer nada por acabar con todo lo que está sucediendo ya que, si lo hiciera, me tacharían de antisistema. En la edad media eran los guerreros los que luchaban por las injusticias del pueblo, ahora son los rebeldes de la sociedad, rebeldes que se rebelan contra lo injusto, aunque los mandamases no hacen más que dejarlos como los malos y decir que no hay injusticias. Claro, ¿cómo no van a haber injusticias? ¿Acaso son para los mandamases las injusticias que ellos mismos provocan, iguales que para el pueblo? Es obvio que no, ya que no las están sufriendo en sus propias carnes como lo hacen los que ya no tienen nada que perder.
Durante toda la historia de la humanidad han sucedido este tipo de cosas, de hecho, siempre han estado. ¿Ustedes se han fijado en cómo acaban este tipo de situaciones? Todo período de decadencia y de revueltas ha acabado estallando en una guerra. La palabra en sí ya da pavor, guerra, parece algo casi imposible en nuestros tiempos, pero no es cierto. La Tierra está plagada de guerras, pequeñas o grandes, políticas o económicas, armamentísticas o químicas, da lo mismo. Y, aunque todos los países pidan paz, todos ellos se vuelven locos por tener bombas nucleares o, quien sabe, mucho peores. Se dice que si la Tierra entera entrara en guerra, la destrucción sería más catastrófica que si cayera un meteorito. ¿Qué irónico, verdad? Somos capaces de construir armas nucleares pero no de cesar el hambre en el mundo y, aun pudiendo, no les es rentable a los mandamases.

No sé qué opinarán ustedes de todo esto que les acabo de leer pero, les hago la misma pregunta que al principio: ¿No creen que algo no va bien? Ahora entenderán por qué se lo he dicho antes, y es que, queramos verlo o no, algo no va bien. Prioridades hay muchas, desde tener que sentarse en un trono hasta encontrar unas migajas de pan para alimentar a tus hijos. Todos tenemos prioridades pero, al hablar de la humanidad, todos deberíamos de tener como prioridad el bien común. No me refiero a ir a un banco y robarlo para darles el dinero a los que se lo han robado, no, aunque fuese una buena idea, ya sería un poco pasarse Robins Hoods modernos. No, yo me refiero a demostrarles a los mandamases que no somos como ellos, que podemos mejorar el mundo sin la necesidad joder al resto, porque no hay otra palabra que describa lo que ellos están haciendo, sino darles esa comida que compras de más y luego acabas tirando a la basura a la gente que pasa hambre. Si eres médico, negarte a hacer pagar la consulta a un enfermo de la calle. Si eres profesor, negarte a que un niño no pueda aprender porque sus padres no puedan pagarle los libros de texto. Si eres persona, a no dejar a una persona dormir a la intemperie una fría noche de invierno entre cartones. Y así podría pasarme horas porque, son esos pequeños gestos los que demuestran que “la vida más pequeña, vale mil veces más que la nación más grande, que se inventen jamás”. Esos pequeños gestos, son el suave Carpe Diem bajo la áspera realidad.

Miedo a eso que llaman amor.

¿Será verdad que tengo miedo a querer? ¿O simplemente es miedo a que me vuelvan a romper? Uno no elige de quién enamorarse, pero sí a quién le rompes el corazón. Uno no elige a quién enamorar, pero sí a quién dañar. Puede que sea porque no conozco qué es el amor, pues siempre que he empezado a conocerlo, de mí se ha despedido.
Tener miedo a enseñar cómo eres de verdad. Que no eres un bloque de hielo, ni tienes un corazón de piedra. Una simple armadura que te protege lo que de verdad eres. Alguien que un día amó y le hicieron sangrar. Alguien que dio todo lo que podía y le robaron hasta el último de sus besos para que nunca más besara con amor. Alguien que derramó lágrimas por aquellos que nunca se las secaron. Alguien que tiene miedo a confiar de nuevo en alguien, alguien que le abra su alma. Alguien que huye ante quien quiera enjaularla en su mente, y en su corazón.
Alguien que, simplemente, tiene miedo a amar. Miedo a que derritan su armadura para después dejarla desnuda ante el fuego del recuerdo. Miedo a dejar escapar su libertad para entregársela a quien la encadena. Miedo a amar, miedo a ser querida, a ser herida, a ser amada.
Nunca conoció a quien confiara en ella de verdad. Nunca conoció a quien no le mintiera. Nunca conoció a quien de verdad la amase.

Tantas veces empezó a querer para después tener que olvidar. Tantos besos sinceros dio que ya besa igual que miente. Tantos jugaron con su corazón que ellos mismos lo convirtieron en piedra. Tantos abusaron de su calor que la volvieron del material del frío. En quien es ahora. En mí.

viernes, 28 de noviembre de 2014

Sentimiento Guerrero.

He bailado tus rumbas, he llorado tus baladas. He cumplido años con tu "Suenan sirenas de fondo", tu "Que el cielo espere sentao'", tu "Y volar, como volaba Peter Pan hacia Nunca Jamás", tu "yo me he criado en las calles, donde no donde no vale la pena el cuidar cada detalle", tu "Lucho por vosotros que sois mis guerreros", tu "Cuando le dije picaresco 'Nena, yo soy tu refresco, agítame antes de usarme'", y tu "Soy el corazón bastardo de Cupido, que alejas del tuyo con cada latido".
He pasado de bailar subida en el maletero de un coche con siete años "Billy el pistolero", a escribir una redacción de crítica social partiendo de "Cuestión de Prioridades" con diecisiete. Dicen que madurar es cumplir años, yo pienso que es entender las canciones.
Que uno de mis sueños sea poder decirte un simple gracias por todas aquellas noches en las que convertiste lágrimas en risas, o por poner ritmo a mi infancia. Un simple gracias con un abrazo de esos que no se olvidan, porque no se quedaría grabado en la memoria, sino en el corazón. 
Y, aunque probablemente ese sueño aún tarde en cumplirse, mis gracias las tienes desde Sin Noticias de Holanda, y hasta el último acorde de la última canción con la que nos des el privilegio de escucharte. 
Por estos diez años y todos los que hagan falta a tu lado, Món.
Gracias.

lunes, 6 de octubre de 2014

Loca por la vida.

La observaba desde la ventana, viendo como andaba alegre cantando por el comedor, hasta que ella se fijó en él. 
"Podías haberme dicho que estabas ahí, así no me habrías visto haciendo el loco por la casa". Ella le abrió la puerta y fue a darle dos besos para saludarme, pero él, en vez de en las mejillas, prefirió dárselos en los labios que, como bien recordaba, sabían a Coca-Cola.
"Pero así es como me gusta verte, loca por la vida, porque así es la chica de la que me enamoré." Y así, ella y él, él y ella, que amigos sólo se creían, comenzaron el sueño que ambos cada noche compartían.

martes, 5 de agosto de 2014

Vivir soñando.

Y es ese maldito recuerdo el que te provoca dolor y a la vez felicidad. Ese que sabes que, cuanto antes lo olvides, más fácil será todo, pero no quieres hacerlo. Es tu recuerdo y, por nuestro bien o por nuestro mal, estamos hechos de recuerdos. Nos ayudan a ser lo que somos, a no cometer los mismos errores, o a volverlos a cometer.
Es como eso de los sueños. Dicen que dormimos para soñar, o que soñamos para dormir. Pero, ¿y qué si prefiero soñar para vivir, o vivir para soñar? "En nuestros sueños creamos un mundo enteramente nuestro" dicen, pero yo prefiero vivir mi mundo como lo vivo en mis sueños, donde los imposibles dejan de existir para convertirse en mis posibles.

Podría ser este nuestro trato: ni vivimos para olvidar lo que una vez hicimos, ni soñamos imposibles para no hacerlos posibles despiertos. ¿Por qué? Porque nuestros sueños deben ser más grandes que nuestros miedos.