lunes, 23 de junio de 2014

Sentimiento condenado.

Dicen que el pulso acelerado y las pupilas dilatadas son sus síntomas. O que los besos en el cuello, las caricias y las palabras sinceras son su causa. Si la pasión es un instinto, los besos son su reflejo. Si el amor es un sentimiento, las cadenas son su condena.
No se puede elegir por quién sentir, al igual que tampoco a quien siente por ti. Somos esclavos de nuestros propios instintos, somos esclavos de nuestros sentimientos. Por mucho que quieras alejarte de los labios por los que suspiras, porque sabes que es lo correcto, recuerda que aquel que tus labios quiere besar, también suspira por los tuyos. Oye sus palabras, saborea sus caricias; siente sus ojos, míralos, graba en tu memoria su mirada para siempre recordarla.


Ahora elige: vive y siente, o vive y encadénate. Debes elegir, no hay vuelta atrás. El aroma de la libertad es demasiado adictivo, una vez que lo pruebas, no necesitas, sino que dependes de él.

sábado, 7 de junio de 2014

El chico de la flor verde.

Hacía mucho tiempo que no llovía. Ya no recordaba qué era ver llover, ni si quiera reconocía el sonido del agua al chocar contra el asfalto cuando lo escuchaba por la televisión. Hacía tan sólo unas pocas semanas que se había mudado a una nueva casa porque a su padre le habían trasladado en el trabajo. Aunque se encontraba en una de las zonas más calurosas del país, la casa era fría, húmeda y lóbrega; por mucho que corrieran las cortinas y dejaran pasar los rayos de luz, los tonos grises de las paredes no querían dar un poco de calor a los nuevos huéspedes.
Eran cinco hermanos, más los dos progenitores, para cinco habitaciones y, por ser la pequeña de los cinco, a Piper le tocó el desván como cuarto. No le disgustó tanto la idea, le gustaba las alturas, así podría observar mejor el mundo, aunque cuando les dijo eso a sus cuatro hermanos mayores, se rieron de ella, pues le preguntaron que de qué mundo hablaba, si del mundo real o de ese en el que vivía ella noche y día. Aunque para ellos fuera eso gracioso, a Piper no le molestaba. Es verdad que era algo distraída, pero si algo caía bajo su penetrante mirada, dejaba de ser el secreto de una sola persona para convertirse en el de dos. Tal vez por eso sus hermanos y hermanas mayores le apartaban tanto de ellos, porque conocía sus secretos antes incluso que ellos mismos. Aunque así fuera, no les preocupaban que los supiera, "¿A quién se lo vas a contar? No tienes a nadie que quiera escucharte", solían decirle sus hermanos y hermanas cuando ella les decía que sabía algo de ellos. Piper era la pequeña, sus padres no se fijaban mucho en ella y los demás chicos y chicas de su clase no querían saber nada de ella, pues para ellos era una “rara”, y lo mismo pensarían sus nuevos compañeros.
Aunque le gustase estar sola, tanta soledad no era buena, y se preguntaba cómo sería tener amigos, aunque fuera uno sólo. Eso en el mundo real, pues en su mundo, amigos era algo que nunca le faltaba. Espíritus del aire, del agua, del fuego, de la tierra, todos abrazaban a Piper cada vez que ella lo necesitaba; aunque eso sólo ocurría en sus sueños, y en sus libretas con cientos, miles de palabras escritas con su pluma.
Una noche, Piper se encontraba sentada en el pollo de su ventana, con su libreta apoyada en las rodillas y su pluma en la mano, cuando vio una sombra en el campo de al lado de su casa. Estuvo a saber cuánto tiempo observando el campo, esperando ver de nuevo esa sombra, cuando un chico de pelo verde (más o menos de su edad, pensó Piper) salió de detrás de un árbol, y se sentó en el suelo en dirección a la ventana en la que Piper estaba sentada, mirándole fijamente con una sonrisa dibujada en los labios. Sin pensárselo dos veces, Piper salió a su encuentro, pues sabía que ambos tenían que conocerse.
Hola Piper, te estaba esperando – le dijo él mientras se incorporaba.
- ¿Quién eres? – contestó ella, sin importarle que supiera su nombre.
- Mi nombre es Cloud, pero eso ya lo sabías, ¿me equivoco? – le respondió él con picardía.
Decía la verdad, pues Piper ya lo sabía. Cloud le ofreció sentarse a su lado, y así poder contemplar ambos la cantidad de estrellas que se veían esa noche y cómo viajaba la Luna hasta cederle su puesto al astro rey. Así estuvieron toda la noche y la madrugada, hablando sobre historias y leyendas nocturnas, como si no fuera la primera vez que hablaran, así, hasta que el Sol empezó a alzarse.
“Está amaneciendo, será mejor que regreses a tu cuarto Piper. Me ha encantado verte al fin y espero impaciente que vuelvan a cubrir el cielo las estrellas para poder verte y que me cuentes qué tal te ha ido el día. Hasta entonces, buenos días”, y tras decirle eso, le dio un beso en la frente y se quedó de pie viendo como su nueva amiga regresaba a su casa. Se durmió nada más tocar la almohada y, para cuando el despertador sonó, Piper despertaba como nunca lo había hecho antes, sonriendo, pues, aunque muchos pensarán que lo sucedido la noche anterior había sido un sueño, no lo había sido, había ocurrido de verdad. Sabiendo eso, Piper no contó a nadie lo ocurrido esa noche, ni esa, ni todas las que le siguieron desde entonces. Todas las noches se asomaba por la ventana y veía a Cloud sentado en el campo, esperándole.
Cada mañana y tarde, al ir y volver de la escuela, Piper pasaba por el campo en el que pasaba las noches junto a Cloud, y veía como una flor verde sobresalía sobre el resto, una flor que por las noches no venía en el campo. Todas esas andadas nocturnas eran especiales para Piper, pero todavía más lo fue aquella que todo cambió para ella, para Cloud, para esos dos amigos que dejaron de serlo para convertirse en amantes. Esa noche, en la que Cloud le cogió de la mano, acariciándole su pelo rojizo con la otra, mirándole a los ojos mientras ella observaba las estrellas, hasta que se fijó que su compañero no las miraba. “¿No te apetece mirar hoy las estrellas?”, preguntó Piper, a lo que Cloud le respondió: “Claro que me apetece, de hecho, ahora mismo estoy mirando las dos estrellas más bonitas que el Universo podía crear, tus ojos”. Piper, que nunca tenía frío, sintió un escalofrío recorriendo su cuerpo entero, que pronto fue calmado con el calor que le transmitió Cloud cuando sus labios rozaron los suyos.
Cuando los amantes se hubieron despedido, Piper regresó a su casa, bajo la mirada de su amado, y ella iba tan distraída que, sin que antes le hubiera pasado nada parecido, no vio cómo su hermana salía de la casa, y ambas se encontraron en la verja del jardín. La hermana de Piper empezó a gritarle qué hacía fuera de la casa y, al ver que su hermana pequeña no le quería contestar, despertó a la familia entera para que se enterasen de las escapadas de la pequeña de la familia, lo que le costó, no sólo un castigo, sino que sus padres cerraran con llave la verja del jardín. Al caer la noche, Piper se asomó por la ventana y vio a Cloud esperándole. Por primera vez en su vida, Piper se sentía furiosa, necesitaba salir de esa casa, necesitaba encontrarse con aquel chico que le había enseñado a amar. Sin darle más vueltas, salió al jardín de su casa y escaló la verja, hiriéndose en el costado con una de las puntas, aunque no le dio importancia, pues estaba fuera de la parcela. Cuando ambos amantes se habían fundido en un abrazo, Piper comenzó a notar que sus piernas le fallaban, cayendo al suelo con un dolor punzante en el costado, la verja se le había clavado de manera que le había provocado una profunda herida que le resultaría mortal.
Las luces de la casa de Piper empezaron a encenderse unas tras otras, su familia había visto cómo saltaba la verja. Cuando fueron en su busca, la lluvia empezó a caer sobre ellos y, al llegar al campo, vieron a un joven de pelo verde llorando mientras sostenía en sus brazos el cuerpo de una joven de pelo rojo sin vida ya. Cloud había hecho lo imposible por tamponar la herida, pero no había sido suficiente. Antes de cerrar sus ojos por última vez, Piper le cogió la mano a su fiel compañero desde aquella noche hace ya meses. “Nunca antes había pensado que podía llegar a amar a alguien, menos aún que alguien llegara a amarme a mí, y entonces llegaste tú. ¿Quieres saber cómo sabía tu nombre? Ya nos habíamos visto antes de que te aparecieras aquella noche en este campo, aunque no cara a cara. Ya había rozado antes tu pelo verde, ¿lo recuerdas? Brillabas más que ninguna otra flor aquella mañana en la que deseé que cobraras vida. Ahora ya ninguna mañana nos separará, ni tampoco verja alguna. Amaneceremos juntos hasta que el mundo deje de ser mundo, hasta que las estrellas dejen de brillar sobre nosotros cada noche. Te quiero Cloud” y, como aquella primera noche en que se conocieron, no sin antes haber rozado sus labios por última vez, cerró los ojos con una sonrisa en sus labios.
Los vecinos de aquel pequeño pueblo no tardaron en conocer la noticia: la pequeña de los nuevos inquilinos de aquella fría casa había muerto por un desgarro en las costillas. No vieron funeral alguno, ni tan sólo una tumba. Aquella familia que había llegado hace unos meses, se fueron de la misma manera que vinieron, sin que nadie lo supiese. Los vecinos de aquel pequeño pueblo no recordaban una lluvia tan larga como aquella que había empezado la noche en que la joven de pelo rojo había muerto en los brazos de un joven de pelo verde. 


Ahora ya nadie recuerda el nombre de aquellos dos amantes que nunca podrás vivir su noviazgo como el resto, pero todos conocen la historia de aquel campo frente a la vieja y fría casa, De aquel campo en el que dos flores sobresalen del resto. Dos flores, una verde y otra roja, que entrecruzadas llevan tantos años en aquel campo que, por las noches, pueden oírse los susurros de amor entre dos jóvenes amantes, donde puede verse la sombra de dos jóvenes abrazados, mirando las estrellas que les cubren cada noche.