domingo, 5 de enero de 2014

La ingenua que escuchó al viento.

Cierro los ojos, y la sensación de libertad crece en mi interior. Escucho al viento rugir desde mi ventana, llamándome, pidiéndome que vaya con él. La noche es fría y oscura, hoy la Luna no ha querido salir a vernos. Tampoco veo las estrellas, pues tímidas se han vuelto ante las nubes que navegan por el cielo.
Decido salir al abrigo de la noche, con la mirada fija en mi pequeño rincón, en aquel donde "imposible" deja de existir en el diccionario de mi memoria. Subo, subo, subo. Escalón a escalón, sin apartar la mirada de la oscuridad. El viento acude a mi encuentro. "¿A dónde quieres ir?", me pregunta. "Súbete a mí, y podrás ir allá a donde quieras", me dice. Vacilo. Nunca se debe fiar del viento, pues él puede cambiar de rumbo sin ni quiera pensarlo. Sólo las nubes, esclavas a su merced, intentan hacerle frente con sus rayos, pero no siempre de ellos pueden servirse. "Lo veo en tus ojos, no quieres, necesitas ir a un lugar, no puedes engañarme. He calado hasta tu corazón. He recorrido cada rincón de tu mente, y por cualquiera que pasase, el mismo nombre aparecía en ellos." Cada palabra que decía hacía estremecerse hasta al árbol más fuerte, haciéndole inclinarse con cada susurro. "Deja que te lleve, lo deseas, lo pides a gritos. También sé que escondes un secreto, ¿por qué?" Entonces lo vi. Vi como el viento se acercaba a mí, rodeándome, abrazándome. La lágrima que huía por mi mejilla fue a parar a su mano. Una vez más, el viento ganaba la partida. "Oh, no sufras, pequeña. Es doloroso, lo sé. Y te entiendo. Vamos, deja que te lleve. Deja que te lleve con él."
"No", lo único que puedo decir, lo único que consiguen formar mis labios estando aún presa por sus brazos. La libertad que antes nacía en mí, desaparecía, dejando lugar a un dolor que brotaba del miedo, de ese que atormenta en las pesadillas. "¿Estás segura?", no espera a mi respuesta, tras eso abre una brecha en la pared del rincón, dejando ver un lugar diferente al que me encontraba, mostrándonos a él. "Vamos, cruza la imagen, ve con él, sólo tienes que darme la mano, así podrás estar siempre con él."
A la mañana siguiente, el viento había amainado, había dejado de rugir. Ya nadie se encontraba en esa torreta donde la noche anterior se había escuchado un grito de dolor. Y, desde esa noche, había alguien que notaba que ya nunca se encontraría solo, incluso decía escuchar su nombre cuando el viento se levantaba, o decía escuchar un llanto cuando preguntaba por aquella ingenua que una noche escuchó al viento y se dejó seducir por sus traidoras promesas.

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